
La adquisición de valores se desarrolla en tres etapas. Si alguna falla obtendremos un tipejo
Nos ha tocado vivir una época (en realidad cuál no la ha sido) en que la humanidad se conduce zigzagueando entre el susto y el terror. A diario, lamentablemente, observamos comportamientos alejados de lo correcto. Cabe preguntarse entonces qué pasa por las cabezas de aquellos personajes que nos repugnan. Hay muchos donde elegir: psicópatas bravucones, ladrones, prevaricadoras, miserables, etc.
A pesar de la heterogeneidad de perfiles todos comparten algo en común: una falta sistemática de valores. Entendemos estos como el conjunto de creencias sociales y personales que nos hacen convivir en armonía con nosotros mismos y los demás.
La adquisición de valores se desarrolla en tres etapas clave. Existe una primera fase donde la estructura básica la proporciona el medio externo. Cuando un niño comienza a interaccionar con su entorno son sus referentes paternos quienes lo orientan hacia las conductas que resultan deseables y aquellas que, por el contrario, se interpretan como negativas. Aquí, los psicólogos conductistas desarrollan una enorme batería de teorías pero al final podemos resumirlas en que las conductas positivas se refuerzan y las negativas se castigan o refuerzan negativamente. Una vez superada esta etapa el individuo ya tiene integrados el grueso de valores en su moral personal. Nos situamos entonces en la fase de “reglajes finos” donde los referentes previos y otros añadidos con posterioridad aún aceptan o reprueban determinadas conductas. La tercera y última etapa, ya en la madurez, representa la consolidación de nuestros valores. El individuo ya no se conduce según la orientación externa sino que lo hace siguiendo su propia norma. Si las fases previas han sido exitosas nos encontraremos ya frente a un individuo capaz de discernir correctamente entre el bien y el mal y obrar congruentemente. Esto es: si hace el bien se sentirá bien y si hace el mal se sentirá mal (“A. Lincoln dixit”). Pero si, por el contrario, algo ha fallado en este proceso tendremos a un personaje incapaz de convivir en paz con nadie, un tipejo.
Hay quien se pierde en disertaciones baratas sobre quién decide qué está bien o mal. Lo siento, el concepto general del bien, igual que el del mal es universal, una suerte de arquetipo. Y aquellos que no sean capaces de respetar esos límites ni son enfermos ni están locos. Son, sencillamente, malvados, gentuza que debe ser apartada de la sociedad.
Publicado en Diario de Almería el 01/03/2022