Seamos sinceros.
Los mentirosos tiene peor salud física y mental que aquellos que son honestos en sus relaciones.
Con ese aroma a mester de juglaría cantaba Serrat que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Y lo cierto es que manejar la verdad de forma adecuada no siempre resulta sencillo.
Hay por ahí una película, malísima por cierto, cuya trama se centra en que una vez al año los habitantes de una ciudad pueden cometer cualquier delito sin que haya consecuencias legales. Las autoridades buscaban conseguir una suerte de catarsis colectiva que hiciera surgir mejores ciudadanos. Al hilo de esta idea me pregunto qué sucedería si dedicásemos una jornada completa a decir exactamente lo que pensamos. ¿Viviríamos más desahogados?
Hay estudios para todo, ya lo saben. Está mesurada la cantidad de veces que un americano miente: 1,4 veces al día. Se sabe que hay países más tendentes a la trola que otros (no les diré el puesto que ocupamos). E igualmente hay certeza científica de que aquellos que mienten con más frecuencia tienen peor salud (mental y orgánica) en comparación con los sujetos que consiguen ser honestos en sus relaciones.
Pero claro, volviendo a la hipótesis de un día en el que imperase la sinceridad absoluta, es fácil hacernos una idea del desastre que podríamos montar. Al compañero de trabajo: “no te acerques tanto que te apesta la boca”. A tu amiga: “que libro más horrible me has regalado”. A tu jefe: estás cada día más viejo y más torpe”. Sería un disgusto detrás de otro.
Pero entonces, ¿cómo alcanzar el grado máximo de sinceridad con nuestros semejantes? ¿Cómo buscar la mejora de nuestra salud reivindicando la verdad? Pues en el término medio está la virtud. Es posible usar la asertividad para decir aquello que pensamos, sin herir. Es factible utilizar el humor, que no cinismo, para devolver con gracia una verdad incómoda. Y, por supuesto, es necesario decir con cariño las verdades más duras, que suelen ser las más necesarias.
La verdad cruda es muchas veces indigesta. Por eso, a veces, no podemos masticarla bien y termina atragantándose. No es descabellado marinarla un poco, cocinarla y servirla bien calentita. Los platos fríos son otra cosa, recuerden el refrán.
Vivimos una época donde, lamentablemente, la franqueza cotiza a la baja. Parece buen momento para contemplar la verdad como una virtud sanadora de cuerpo y alma.
Porque ya lo dice la misma canción: “ Y no es prudente ir camuflado eternamente por ahí, mi por estar junto a ti ni para ir a ningún lado.”
Publicado en Diario de Almería el 23/02/21
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El emperador va en pelotas
Una mentira repetida por muchos se acaba convirtiendo en posverdad.
Estando mi hijo, la otra noche, un tanto aburrido le animé a coger un libro. Tras ojear la oferta casera disponible eligió el cuento de “El traje nuevo del emperador”. Mientras él leía no pude evitar una reflexión sobre el devenir de nuestras vidas en sociedad y el paralelismo con la moraleja de esa historia. Recuerden que la fábula va de unos pillos que convencen al rey para tejerle un suntuoso traje que está dotado de una particularidad: este era invisible para los estúpidos. Semejante tela no existía, por supuesto. El traje era una farsa pero nadie se atrevía a expresarlo a las claras por temor a ser etiquetado de incapaz. Me pregunto cuántas veces interpretamos el papel del rey que ha creído gozar de un don especial, invisible para la mayoría ignorante. O de aquellos súbditos que adulan la idiotez de otros hasta acabar haciéndola suya.
Vivimos inmersos en una suerte de corriente social donde cierto número de cuestiones quedan determinadas y no parece que podamos sustraernos a las mismas. Existimos en relación a los otros y eso nos proporciona un armazón que nos da fuerza. Pero esas interrelaciones, esa corriente, a la vez, nos debilitan y restan libertad. Una mentira repetida por muchos se convierte en posverdad. Un crimen avalado por la mayoría se transforma en legítima defensa. Un pensamiento aberrante, cuando sintoniza en 5G con nuestros followers, muta hacia dogma social.
Sirva esta reseña como un alegato a favor del individualismo, en pos del pensamiento divergente. Las redes sociales, la globalización o las modas esclavizantes difuminan nuestro pensamiento como una acuarela bajo el aguarrás. Mezclan colores que antes teníamos perfectamente definidos en una amalgama imposible de diferenciar. Abandonen la órbita de los tiranos que parasitan su pantalla plana. Lean, reflexionen y critiquen por sí mismos. Su salud mental lo agradecerá.El emperador iba desnudo, le habían vendido una mentira tan grande que se veía obligado a creer en su veracidad. Este cuento, escrito hoy en un portátil ultraligero, habría tenido que añadir una inmensa cola, a las puertas de la franquicia estrella, para conseguir el mismo traje de moda, la misma engañifa pasajera. El soberano iba en pelotas y todos alimentaban el fraude supino. El monarca hacía el ridículo y con él rendía la decencia su último aliento. ¿Quién le gritará que no hay paño exclusivo sino trola formidable?
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra
Publicado en Diario de Almería el 28/07/20
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