Del aislamiento existencial
La percepción de sentirse solo, en sus diferentes gradientes, puede generar importantes conflictos internos
Si analizamos el concepto de soledad de forma reflexiva alcanzamos a colegir tres tipos diferentes de aislamiento que, a su vez, se sitúan en niveles de menor a mayor profundidad intrapsíquica.
El primer nivel, el más superficial, se corresponde al aislamiento interpersonal con respecto a otros individuos. Es la llamada soledad. Existen diferentes factores que contribuyen a generar esta sensación: el aislamiento geográfico, la falta de habilidades sociales o un determinado estilo relacional pueden provocar que el individuo se sienta solo. También las sociedades del (mal) llamado mundo desarrollado entorpecen la génesis de redes sociales íntimas.
En un segundo nivel se sitúa el aislamiento intrapersonal. Percibir este conflicto requiere de mayor capacidad de introspección y, en ocasiones, de ayuda. Este tipo de soledad se da “de nosotros para con nosotros”. De forma simplificada sucede cuando determinadas partes de nuestro yo se vuelven inaccesibles a nuestra consciencia. Cada vez que negamos nuestro lado más oscuro, siempre que aceptamos los mandatos de otro transformándolos en deseos propios y toda vez que enterramos nuestras capacidades caemos en el agujero del aislamiento intrapersonal.
Y si el anterior es un pozo el tercer nivel supone un auténtico abismo. El aislamiento existencial implica la separación del individuo con el propio mundo. Dimana de la sensación de viajar a ninguna parte, atrapados en un saco de huesos y piel sin llegar nunca a saber absolutamente ni quiénes somos, ni quiénes son los demás. Heidegger lo definió como la “imposibilidad de que nadie le quite a nadie la muerte de encima”.
Para tratar de sortear estas desagradables angustias podemos caer en la trampa de establecer relaciones de dependencia con el otro. Así podríamos esquivar transitoriamente el primer nivel (soledad) o incluso parte del segundo (aislamiento intrapersonal). Si nos atenaza la incertidumbre del tercer nivel es posible sucumbir a la fusión. Este concepto va más allá de la dependencia y supone no ya depender si no ser parte parcial o completa del otro. Ambas fórmulas son perjudiciales aunque abordables psicoterapéuticamente.
En última instancia, y como recomendación general sugeriré la receta de los más sabios en este campo (Buber, Maslow y Fromm): Amen; amen de forma madura, sin necesidad y con generosidad. Es la única fórmula conocida para tender puentes sobre el abismo.
Fernando Collado Rueda. Publicado en Diario de Almería el 06/04/21
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Si me queréis, irse
Sólo salgo para renovar la necesidad de estar solo (Lord Byron)
“Huye, amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los pequeños.” Con este verso recomienda Nietzche, en boca del profeta persa Zaratrusta, alejarse del ruido de la ciudad, de los mercachifles y del zumbido de las moscas. Así nos exhorta a quedarnos en soledad para que emerja el pensamiento puro y el sentimiento honesto. Y es que no son pocos los sabios y profetas que recomiendan el aislamiento a fin de poder escucharnos mejor. Jesús se retiró al desierto, Parménides aseguraba que “el camino que inicia en el saber se recorre solo” y Sócrates permanecía alejado, ajeno a los condiciones climatológicos, hasta que elaboraba una idea al completo.
En un mundo tecnificado, digitalizado e idiotizado hasta la versión 5.5 (sí, con rima) pareciera que la soledad es cosa solo de inadaptados o sociópatas. Vivimos ciberacompañados, ansiando compartir el selfie de posturita y dedos en v con toda nuestra hueste de seguidores. Cambiamos el telón de fondo pensando que alguien nos creerá más exclusivos por fotografiarnos con ese monumento, del que realmente solo nos interesa que no salga otro zombie detrás haciéndose la misma instantánea. En nuestra agenda abundan las entradas de reuniones, quedadas, clases de yoga o crossfit. ¿Acaso reservamos igualmente hueco para estar solos?
Gente y gente por todas partes. Incluso si la Providencia nos concede un rato de tranquilidad acudimos raudos a invocar al arcángel San Netflix de forma que este llena, en dos dimesiones, nuestro salón de vidas ajenas. Personas, digitales o reales, convertidas en otro producto a consumir, sin mesura e indiscriminadamente.
Existe una soledad sintomática, por supuesto. Como psiquiatra no obviaré que el aislamiento contumaz puede ser indicio de un trastorno que hay que cuidar. Existe también una soledad impuesta. Claro ejemplo es la del anciano que deshoja los últimos días a lomos de sus recuerdos y en brazos de sus fantasmas.Pero aludimos aquí a la soledad de Buda, Platón o Schopenhauer. Nos referimos a la necesidad que nuestra alma y nuestra psique tienen de buscar un lugar y un tiempo en que confrontarse a si mismas y contemplarse. No teman parecer unos frikis, inviertan tiempo en estar con nadie más que ustedes mismos. Solo aprendiendo y disfrutando de la soledad estaremos seguros de que nos acompañan las personas que realmente amamos.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra
Artículo publicado en Diario de Almería el 04/08/2020
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