Angustia existencial
¿Cómo nos afectan los conflictos que emanan del enfrentamiento del individuo con la existencia?
“¿Llegamos a disipar o a disminuir nuestra angustia? Lo cierto es que no podríamos suprimirla puesto que nosotros mismos somos angustia.” Así consideraba Sartre que los seres humanos nos manejamos frente a los terrores existenciales. Sin tratar de corregir al genio, faltaría, un servidor tiene una visión más optimista del asunto. Pero si arranco la columna con esa sentencia es porque entiendo que la angustia, en sus diferentes versiones, está presente en nuestro aparato mental condicionando el devenir vital.
Cabe preguntarse primero a qué nos referimos con angustia. Tengan en cuenta que no aludimos al ingente decálogo de miedos simples que existen. Tenemos clasificadas la fobia a los espacios cerrados, a los abiertos, a las multitudes, a la soledad, a las arañas, los perros, etc. Pero estos son miedos a situaciones y elementos concretos. Toda vez que se trata la respuesta al estímulo aversivo el individuo respira con alivio.
La angustia sugiere algo mucho más profundo y atávico. Supone un conflicto que emana del enfrentamiento del individuo con los supuestos básicos de la existencia. Siendo estos supuestos las preocupaciones esenciales que forman parte de la existencia del ser humano a su paso por el mundo.
Yalom describe cuatro angustias básicas: la muerte, la libertad, el aislamiento y la carencia del sentido vital.
La primera de ellas, la muerte, surge al enfrentarnos al destino final de todo ser vivo. La tensión que genera el conflicto entre el deseo de seguir siendo y la conciencia de la inevitabilidad de la muerte puede generar diferentes síntomas en nuestra psique.
La libertad, aunque a menudo es asociada a un valor positivo, lleva aparejada la responsabilidad absoluta de decidir. ¿Cuántas veces han deseado no tener que elegir?
El aislamiento como tercera desazón implica la existencia de una barrera infranqueable entre nosotros y el resto del mundo. Con independencia de las relaciones que cultivemos nacemos y morimos solos.
Finalmente nos enfrentamos a la carencia de sentido vital. Si estamos condenados a morir, si debemos trazar nuestro propio camino, si en última instancia estamos solos, ¿qué debemos hacer para dotar de sentido nuestra vida?
En los próximos artículos nos sumergiremos en cada una de estas tribulaciones. Veremos cómo pueden condicionarnos, sin ser conscientes siquiera de ello, y señalaremos algunos caminos conducen al conocimiento reflexivo.
Publicado en Diario de Almería el 16/03/21
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Quitadme el muerto de encima
Nuestra relación con la muerte es poco natural. Nos alejamos de su culto en un vano intento de olvidarla y de que nos olvide.
A pocos días de la fiesta de todos los Santos aún creo estar a tiempo de sugerir una breve reflexión sobre nuestras creencias. La muerte y su veneración ha estado presente en todas las culturas que han poblado este pedazo de roca cósmica desde que los primeros homínidos (Homo Neanderthalensis) comenzaron a enterrar a sus muertos de forma ritual. A la par que los pueblos evolucionaron, el culto a la muerte se fue enriqueciendo con diferentes sistemas teológicos, llenos de dioses que reflejaban lo mejor y peor del ser humano. Y aunque las culturas de origen resultaran muy distintas entre sí al final todas guardaban un hilo conductual común y evidente: la muerte nos atrapa siempre y dejamos este mundo para viajar a otro.
En el mundo católico Todos los Santos. En América Latina el Día de Muertos, fruto del sincretismo entre la religión de los colonizadores y la de los pueblos precolombinos. En Japón el Obon, etc. Pero si una fiesta destaca de entre todas la demás es, sin duda, Halloween. Esta celebración es la “versión Disney” de un arcaico ritual celta. Y aquí nos vamos a detener un poco.
¿Por qué triunfa una fiesta de estas características? La respuesta no está solo en la globalización ni en la potencia imperialista norteamericana. Halloween cuaja porque convierte el culto a la muerte en un baile de máscaras. En lugar de acercarnos a la eternidad, de hacernos plantear cómo estamos viviendo nuestra vida y cómo nos recordarán cuando no estemos, el “truco o trato” sopla las cenizas que seremos para convertirnos en simpáticos vampiros y brujitas. Halloween se burla de la muerte, la simplifica y nos hace olvidarnos de ella.
La muerte ha estado marcadamente presente en la historia de la Humanidad. Enfermedades, hambrunas y guerras eran moneda común antaño. Los pequeños morían de cólicos, los mayores de “miserere”; velábamos nuestros muertos en casa y todos acudíamos al cementerio asiduamente a presentar nuestros respetos. Eso hoy ha cambiado. Pagamos a desconocidos que amortajan nuestros difuntos y dejamos a nuestros hijos jugando a la “Play” si vamos a un velatorio. Queremos quitarnos el muerto de encima lo antes posible.
Un aparato mental sano precisa de un equilibrio entre la pulsión de vida y la de muerte. La ansiedad de hoy es muchas veces la intolerancia a la incertidumbre del mañana. Olvidando a la muerte no lograremos morir más felices si no vivir menos intensamente.
Fernando Collado Rueda
Publicado en Diario de Almería el 03/11/2020
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No seamos burros
Tardamos segundos en decidir intuitivamente y vidas en elegir razonadamente.
Jean Buridan, teólogo escolástico del siglo XIV, prestó involuntariamente su nombre a una paradoja que sigue aún hoy vigente. “El asno de Buridan” hace referencia a la hipotética situación de un burro que, muerto de hambre, se enfrenta a dos montones idénticos de paja. El pobre animal, incapaz de elegir por cuál empezar, acaba muriendo de inanición. De acuerdo, sabemos que los cuadrúpedos en general son bastante más listos que eso. ¿Pero qué me dicen de los bípedos? ¿A cuánta gente no conocen o cuántos no se reconocen en el brete de tener que decidir entre dos opciones (aparentemente) muy similares? La paradoja alude al grupo de personas que son incapaces de tomar una decisión y acaban perdiendo todas las oportunidades.
Y es que la indecisión es un mal eminentemente humano. Están estudiados y mesurados los escasos segundos que utiliza nuestro cerebro primitivo en tomar cualquier decisión. El lío viene cuando la corteza cerebral, la parte evolucionada, acude presta a complicarlo todo. El panorama empieza a enfangarse con sucesivas pátinas de razonamientos en un sentido y en el contrario. Y la madeja empieza a hacerse un lío. Y eso, en mayor o menor medida, nos pasa un poco a todos. Pero a algunos y algunas (esto, como todo, es paritario) les sucede mucho.
Ese grupo de humanos, de córtex cerebral tendente al lío, se bloquean ante la toma de decisiones y rezan, ruegan o suplican para que el embrollo se arregle por sí mismo. Y esto casi nunca pasa y si ocurre suele aparejar consecuencias mucho peores que las resultantes de haber tomado cualquiera de las decisiones precedentes. Pero además observamos otro fenómeno. Los que rodean al indeciso se van quemando. Y la incineración es proporcional al grado de cercanía del individuo a estudio. Los maridos y esposas de estos sujetos son los que acaban más carbonizados, claro. Pero también los sufren hijos, padres, amigos y compañeros de trabajo. Todos estos satélites del indeciso sufren las consecuencias de su incapacidad y acaban teniendo que tomar las riendas de la situación. Pero ahí no acaba a cosa. Porque suele ser frecuente que el indeciso ni reconozca ni agradezca el esfuerzo de quien viene a quitarle el marrón.
En cualquier caso, como psiquiatra, creo que toda actitud es susceptible de corregirse, por supuesto. Recuerden que el asno la diñó por no elegir. Así que arriésguense, seguro que salen vivos de su decisión.
Artículo publicado en Diario de Almería el 08/09/2020
Fernando Collado Rueda
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