El filósofo autodidacta (II)
El almeriense Ibn Tufayl escribió una obra que sacudió los cimientos del pensamiento, un homenaje al razonamiento humano.
Abu Bakr Ibn Tufayl nació en Tíjola o Purchena a principios del s. XII. Nuestros vecinos granadinos disputan con nosotros el lugar de origen de uno de los autores más conocidos del mundo árabe pero las referencias son claras al respecto. Ibn Tufayl destacó en el arte de la medicina, la filosofía, la literatura y la mística.
Es seguro que ustedes conocen “Las Mil y una noches”. El siguiente libro más traducido, del árabe a multitud de idiomas, es precisamente la obra magna de Ibn Tufayl: “El filósofo autodidacta”. El desconocimiento general de este trabajo contrasta con la enorme repercusión que tuvo en la literatura y la filosofía árabe, europea y persa del momento así como en siglos posteriores. Hayy, el protagonista de la novela, insufla aliento intelectual a autores tan célebres como Hobes, Newton o Kant. El libro, ora una elegía al razonamiento humano, ora un alegato a la espiritualidad, resultó una de las piedras angulares de la Revolución Científica y la Ilustración.
Pero en el anterior artículo habíamos dejado a Hayy embarcado en la aventura que Absal le propuso: viajar a la tierra de los Hombres y propagar la auténtica esencia del Universo. Tan pronto como arribaron al país de Absal los dos amigos se dedicaron a explanar la mística vivencia de Hayy llegando a todo el que quisiera aproximarse. Mas pronto percibieron un escollo difícil de salvar. Las vidas de quienes trataban de iluminar se mostraban cargadas de accesorios estériles. En el plano material sus existencias descansaban en el acopio de unos bienes que realmente no necesitaban. En el ámbito espiritual se aferraban a símbolos, imágenes y palabras que no comprendían, que no les servían, que no les orientaban. Así las cosas, Hayy y Absal comprendieron que su misión carecía de sentido. La Verdad, la Luz o la Revelación no podían ser mostradas sino encontradas. Y nadie podría hallarlas si antes no consagraban su intelecto a tan ingente tarea.
Ibn Tufayl usó un extendido arquetipo mediterráneo, el del niño criado por un animal salvaje, para luego desarrollar una obra que sacudió los cimientos del pensamiento en un seísmo que aún hoy mantiene réplicas. Es divertido saber que numerosos autores han alcanzado interpretaciones distintas a las que yo le he traído. Tal vez les apetezca conocer un poco más a este paisano nuestro. Sospecho que aún guarda sorpresas sugerentes para quien se acerque a él.
Fernando Collado Rueda
Publicado en Diario de Almería el 05/01/2021
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El filósofo autodidacta (I)
Versión libre de una obra destinada a abrir las puertas de la Ilustración y que fue escrita por otro egregio almeriense.
Hayy ben Yazqan llegó a aquella isla impulsado por un soplo de Amor. Su madre, sabedora de que el bebé corría grave peligro en su país natal, lo depositó en una caja de madera y rogó al Mar que lo cuidase en su travesía. Hayy viajó de la oscuridad del vientre materno a la luz del mundo a lomos de una ola impetuosa. Arribó la playa de una isla desierta y lloró de hambre y desconsuelo. Una gacela escuchó su lamento y se hizo cargo del pequeño. Lo cuidó y lo amamantó como hubiera hecho con su propia cría, aquella que voló en las garras de un águila cazadora.
Hayy creció sano y fuerte en un lugar bendecido por la Vida. A los seis o siete años comenzó a observar con detenimiento todo cuanto le rodeaba. Vio que los animales gozaban todos de algún arma para defenderse. Y él descubrió en sus manos la capacidad de darle forma a aquello que su mente bosquejaba. Lanzas, ropajes y cabañas se sucedían en un febril torrente de imaginación. Dedujo que había tres tipos de seres a su alrededor. Los que se reproducían y se desplazaban (animales), los que se reproducían pero no se movían (plantas) y aquellos que permanecían permanentemente abrazados a las dos columnas del Tiempo (inanimados).
Vislumbró también al sol, la luna y las estrellas en su íntimo y perpetuo baile nupcial. Una mañana, acariciando a su anciana madre gacela, percibió la fría sombra de la muerte. Exangüe cayó a sus pies y un último susurro viajó de su boca al corazón de Hayy. El niño permaneció con ella hasta que el hedor de la putrefacción le hizo columbrar que todo principio tiene su fin. La enterró como había visto hacer a un cuervo con otro. Y así, reflexionando sobre cuento le acontecía, llegó a colegir que debía existir un principio rector. Un Ser Supremo perfecto y eterno que creaba seres imperfectos y finitos.
Cierto día, siendo ya Hayy un hombre consagrado al estudio de la Existencia, recibió una inesperada visita. Absal fondeó su barca en aquella isla, que creía desierta, con la intención de huir de una sociedad que le emponzoñaba. Recuperados de la sorpresa inicial, ambos místicos trabaron una estrecha amistad. Absal enseñó a Hayy la lengua de los hombres y éste le explicó a aquel cómo había ido deduciendo por sí mismo todo cuanto sabía. Absal vio en Hayy a un ser puro que podría cambiar el sino de quien tuviera oídos para escuchar tamaña historia y le convenció para hacerse juntos a la mar. “Continuará“
Fernando Collado Rueda
Publicado en Diario de Almería el 29/01/2020
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