Temperamento, carácter y personalidad.
¿Qué diferencia existe realmente entre estos tres conceptos?
Es un hecho: igual que cada verano estamos obligados a soportar los rigores de la canícula así nos azotan los medios de comunicación, periódicamente, con descripciones baratas sobre los rasgos de personalidad que tienen determinados individuos que pasean por el candelero del momento. Con tanta desinformación pública se me ocurre que pudiera resultar interesante aclarar algunos conceptos y en alguna otra columna profundizar sobre nuestros rasgos de personalidad y los de la gente con la que nos relacionamos.
¿Cómo se definiría usted como persona? ¿Qué rasgos destacan de su carácter? ¿A qué nos referimos cuando decimos de alguien “que tiene temperamento”? Estas preguntas son sencillas de formular pero no tanto de responder.
El término personalidad procede del vocablo latino “persona”. Esta hacía referencia, originariamente, a la máscara que usaban los actores en el teatro clásico. En un principio el término “persona” sugería la pretensión de adquirir unos rasgos diferentes del individuo que se hallaba tras la máscara. Con el devenir del tiempo el término “persona” perdió la connotación de pretensión y se adecuó a significar no la apariencia sino a la persona real y sus singularidades intrínsecas. La evolución final del término personalidad se sumerge en el mundo interno, pocas veces iluminado, con la intención de recoger tanto la realidad externa del individuo como los rasgos más ocultos. Hoy día nos referimos, por tanto, a la personalidad como a la constelación completa de particularidades psicológicas que se expresan en todas las áreas de nuestra vida.
La personalidad suele confundirse con dos términos relacionados con ella: carácter y temperamento. El carácter alude a las características adquiridas durante nuestro crecimiento y lleva asociado un elevado grado de conformidad con las normas sociales. El carácter se refiere a nuestra naturaleza animal civilizada. El temperamento, por el contrario, no recoge la siembra de la socialización sino que enraíza en una disposición biológica básica hacia ciertos comportamientos. Es el sustrato genético de la conducta y puede observarse en el estado de ánimo predominante o la intensidad con que se expresa la emotividad.
Vemos entonces como estas tres dimensiones que en la práctica se confunden no son, ni por asomo, sinónimos. Cabría resumir que el temperamento se hereda, el carácter se construye y la personalidad se conquista.
Publicado en Diario de Almería el 11/05/21
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Ibn Jatima
En memoria de almeriense más ilustre que jamás ha visto nuestra tierra.
Tenemos a Juan y Medio, Manolo Escobar o José Artés de Arcos. Alardeamos de Bisbal, Carmen de Burgos, Nicolás Salmerón y Tomatito. La lista de almerienses famosos es considerable pero habitualmente elude al más célebre de todos los tiempos.
En una época donde el “wadi” Bayyana corría tumultuoso por la estribaciones de nuestra medina surgió una figura que, aún hoy, hechiza a quienes nos acercamos a ella.
Ibn Jatima nació en Almería en 1300 expirando su ultimo aliento 69 años después. Destacó en todas las ramas del saber que quiso cultivar. Sus poemas aún son hoy declamados en la otra orilla de la Ribera (Magreb) ensalzando la trascendencia, la iluminación y a la espiritualidad. Supo combinar el estudio de la mística con la realidad mundana tejiendo hermosos versos con los que bien jugaba con poesía experimental bien pergeñaba una popular jarcha.
Conocido por su buen carácter y su facilidad para improvisar “la belleza de las bellezas de Al-Andalus” también se acercó a la filosofía y la historia, legándonos importantes obras que nos acercan a la vida almeriense de su época.
Como médico (él y yo) debo encomiar su personalidad y reivindicar su papel como el primer epidemiólogo que el mundo alumbró. En 1348 la peste negra irrumpió en Al-Andalus y el resto de Europa con una virulencia que sólo ahora somos capaces de imaginar. Siendo Almería el más importante puerto comercial del momento constituyó una notoria vía de entrada de la enfermedad. Ibn Jatima se adelantó a todos esbozando la hipótesis donde un microrganismo era el causante de la pandemia. Recomendaba aislamiento e higiene y ciertamente los pacientes que tuvieron la fortuna de recibir sus cuidados resultaron los que menos tasa de fallecimientos soportaron.Siendo Ibn Jatima un sabio con mayúsculas, un genio, cabe preguntarse por qué este nombre es, aún hoy, tan desconocido para la mayoría de almerienses. No hay calles ni plazas con su nombre. En los colegios e institutos pocos son los profesores que lo citan. El colegio de médicos de nuestra ciudad no homenajea a su miembro más honorífico. Permitimos que un tal John Snow se lleve el mérito de la fundación de la epidemiología (400 años después) sin que ninguna institución local, autonómica o estatal se “alce en armas” y defienda la memoria de nuestro vecino más ilustre. Con Ibn Jatima se torna tan certero como doloroso aquello de que “nadie es profeta en su tierra”.
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El origen del mal
“Nadie se hizo perverso súbitamente”. Juvenal, poeta satírico romano (s. I-II d.C)
Siempre me ha fascinado el comportamiento humano. No es casual que mi trabajo sea estudiarlo y mi pasión novelarlo. Empero les confesaré una frustración. Del vasto ramillete de conductas humanas hay una que, por más que la observo, no consigo colegir. Puedo hacer conjeturas teóricas, consulto a eruditos tanto afines a mi oficio como a otras ramas del saber, léase la filosofía o la historia. Pero aún así no alcanzo a entender a quienes disfrutan haciendo sufrir a otros, a aquellos cuyo objetivo es destruir y causar dolor.
El mal adopta un sinfín de formas, todos lo sabemos bien. Hay malvados que se conforman con agredir de forma sutil incomodando al prójimo; otros se esfuerzan en amplificar su daño hasta que vislumbran auténtico dolor ajeno. Quedan algunos cuya única razón de vida es anegar de negrura todo cuanto les rodea. Mas en cualquier caso dudo que sea cuestión de intensidades o grados. A mi, hoy, me asalta la certeza de que todos los malos son iguales y al final el freno lo aplican los mecanismos de castigo que toda sociedad posee y el miedo a sufrir sus consecuencias.
Pero no crean que me alío con el pesimismo. Mas bien al contrario. Considero, fiel a mi querido Rousseau, que el hombre es bueno por naturaleza. Afirmo categóricamente que un recién nacido no puede albergar maldad en su ser. Resulta más bien un lienzo en blanco, una historia entera por escribir. Una explosión de vida que crece a la luz del Amor, el Respeto y la Educación resultará necesariamente en un ciudadano pleno, para sí y los demás.
Al cobijo de la enfermedad mental he visto esconderse a numerosos malvados. Toda vez que se desmontaba la excusa de un trastorno he podido advertir un alma oscura alimentada por familiares que competían entre sí en ignorancia, perversidad o la mezcla de ambas. Vidas ignominiosas que excretan alquitrán y contaminan lo que una vez fue puro. No les engaño, eso no tiene ni cura ni remedio, es un cáncer que sólo se puede prevenir.
Zaleuco de Locris fue un legislador griego del siglo VII a.C. Recogen los cronistas del momento que su hijo fue acusado de adulterio. El delito se castigaba cegando los dos ojos del reo. Zaleuco conocía bien la naturaleza humana y del modo más ecuánime y pedagógico posible afirmó: Dos ojos exige la ley y dos ojos tendréis. Uno será de mi hijo y el otro será mío puesto que mía fue la responsabilidad de haber educado a un hombre honesto.
Fernando Collado Rueda
Publicado en Diario de Almería el 01/12/20
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Héroes (Ray Loriga)
Imaginen un mundo caótico y convulso. Un universo donde las dimensiones se mezclan entre sí como una acuarela regada con aguarrás. Una concatenación de pseudodelirios oníricos, anhelos y deseos frustrados. Así es Héroes de Ray Loriga.
Alfaguara rescata una novela escrita en 1993 e inspirada claramente en la estética de la Beat Generation. Si bien donde Kerouac transmite desasosiego con En el camino, Loriga nos hace ponernos en la piel de un ser desdichado pero tierno.
Con trazo duro y versos descarnados Ray describe el aparato emocional de un adolescente que pierde toda esperanza en el mundo real y se repliega en su cuarto, poblándolo con canciones, recuerdos y colocones de meta.
David Bowie (de quien toma prestado el título del libro), Bob Dylan, Lou Reed o el gran Belushi son algunos de los personajes que el autor desliza en fugaces cameos.
Héroes es una novela especial. Pertenece a ese grupo exclusivo de obras que podrían ser leídas de formas diferentes. Sigamos el orden que sigamos acabaremos llegando al lugar que el autor ha fraguado para nosotros. Algo así como andar por un camino de baldosas amarillas, algunas rotas, otras un poco escondidas, que nos acaban acercando un poco más a nosotros mismos.
Pero no crean que este libro es solo para adolescentes rockeros que piensan que nunca cumplirán los veinte. Tampoco es solo para los que creen que no deberían haber cumplido nunca más de veinte. En absoluto. Esta obra sorprenderá a cualquiera que se atreva a acercarse a ella honestamente. Nos recordará esos momentos en que deseamos huir de todo para refugiarnos en una suerte de hibernación catatónica. Nos enfrentará a los sueños que no alcanzamos e incluso a aquellos que no nos atrevimos ni a imaginar.
Para leer Héroes, entenderlo y llegar hasta el final del viaje es necesario despojarse de las ataduras que impone la narrativa común y estar dispuesto a navegar por una prosa inspirada en el realismo sucio, personajes comunes y vidas como la suya o la mía.Este libro les arrancará una pícara sonrisa en ocasiones, una lágrima en otras. Algunos capítulos les removerán y otros les dejarán confusos. Pero al final, el chico que solo quiere beber cerveza y tener una chica bonita, les acabará poniendo siempre un espejo frente a su alma.
Reseña encargada por la librería Nobel de Almería; publicada el 04/11/2020
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