
A lo peor no estamos tan lejos de esas tragedias estadounidenses donde un crío asalta su colegio
De pronto sonó la alarma. Tras unos segundos de incertidumbre todos comenzaron a seguir las instrucciones que ya conocían. Al tiempo que el profesor bloqueaba la puerta los alumnos huían de las ventanas y se escondían en armarios y ángulos muertos. El silencio y la tensión flotaban en el aire. No se escuchaban disparos. Sonó de nuevo la alarma. Todos respiraron aliviados y sonrieron. No había ningún tirador, era un simulacro.
Esta escena se vive en todos los colegios estadounidenses al menos cinco veces al año. Se preparan para cuando llegue el día en que un chaval asalte su escuela con armas de guerra. ¿Qué diablos sucede en el “país de la libertad”? La respuesta depende de varios factores. El primero es que hay en circulación más armas que número de habitantes y todo intento de regulación ha fracasado bajo la presión del lobby armamentístico. El capital por encima del ser humano, ¿les suena? Surgen en nuestro país movimientos que tratan de imitar la corriente americana y que abogan por la tenencia libre de armas. Ya lo estoy viendo: domingo de barbacoa, cervezas y tiros para que haya más comisionistas que engorden sus bolsillos a costa de vidas ajenas.
Pero para que surja la catástrofe son necesarios algunos ingredientes más. Los chicos que acaban protagonizando masacres no necesariamente deben haberse criado en ambientes marginales, ni tienen que haber visitado nunca a un psiquiatra. El perfil general es el de un chaval vacío de ilusión, que ha crecido con unos límites muy difusos y su mayor identificación se basa en “tiktokers, instagramers” y demás ralea internáutica. De todo esto tampoco vamos mal en nuestro país. Políticos de uno y otro signo nos vuelven locos con unas posiciones que resultan cada vez más extremistas. Todos se erigen como adalides de una libertad que sólo es auténtica si compras todo su pack ideológico. Y esto sucede al tiempo que consentimos que nos aborreguen mientras la educación en valores cotiza a la baja. Abundan así los niños que sólo anhelan destacar en un perverso universo de redes sociales que los atrapa más a cada movimiento.
Les confieso que me asusta pensar nos vayamos acercando poco a poco al día en que nuestros hijos también tengan que entrenar un simulacro antiasaltos. Me entristece comprobar que, como sociedad, no hacemos nada para impedirlo. La violencia resulta prevenible antes de que se asiente pero impredecible una vez que asoma.
Publicado en Diario de Almería el 30/05/22