Estos días no son pocos los rostros que salen de las farmacias con gesto consternado. Asisten con preocupación a un desabastecimiento generalizado de mascarillas. Estas les resultan vitales puesto que su proceso oncológico coloca al sistema inmunológico al borde del colapso. Los patógenos que conviven con nosotros ponen en jaque su frágil salud constantemente. Estos son los ciudadanos que necesitan mascarillas, el resto simplemente nos dejamos llevar.
Los casos de histeria colectiva se han sucedido a lo largo de la humanidad. Desde toda una ciudad (Estrasburgo) bailando al unísono en 1518 a poblados africanos o institutos estadounidenses actuales cuyos miembros se desvanecen sin causa aparente que lo justifique. Distintos marcos temporales y diferentes escenarios culturales pero con un común denominador. Nos estamos refiriendo a una sobredosis de emoción en detrimento de la razón.
El ser humano, en su individualidad, lucha por tener bajo control la incertidumbre inherente al mero hecho de existir. Nos esforzamos en diseñar a nuestro alrededor una estructura que nos mantenga sostenidos en el vacío que representa el universo infinito. Como sociedad emulamos estos métodos de control y creamos organizaciones que nos aportan el andamiaje sobre el que construir nuestro día a día.
Todo se sustenta, esencialmente, en la creencia de que estas superestructuras nos protegerán y guiarán siempre. Declinamos nuestra responsabilidad como personas libres a favor de las instituciones. Pero si interpretamos que el grupo ya no nos ampara surge el miedo. Si además nos percatamos de que más gente comparte con nosotros ese temor acaba generándose el pánico. Y de ese modo, ebrios ya de emociones, se produce la estampida. La fuerza que tiene la manada unida y ordenada se diluye como un lienzo bajo el aguarrás cuando se piensa únicamente en la propia supervivencia. Basta entonces que uno eche a correr para que los demás lo imiten.
Con todo convendremos que hay algo que nos diferencia de cualquier grupo animal. Es nuestra obligación como seres humanos trabajar por supeditar las emociones a nuestra razón. Debemos esforzarnos en progresar en nuestra unicidad para ser mejores miembros de nuestra comunidad. Es necesario ser conscientes de la responsabilidad social que tenemos como ciudadanos y tener en cuenta que echando a correr intoxicados de pánico sólo acabaremos pisoteándonos unos a otros.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra