En estos días en que, como muchos otros padres, ando ejerciendo de improvisado maestro casero me ha venido a la memoria una vieja rutina de mis días de escolar. Recuerdo como cada mañana pasaban lista. Y así, mientras mis hijos hacen sus tareas, pierdo, a veces, la mirada hacia el infinito y reviso quién hay en el horizonte.
Desde aquí veo, en primera línea, a los caídos. Muertos que expiraron solos, con derecho a un responso de siete minutos y una despedida vacía antes de volver al polvo que siempre fuimos. Veo a sus familias, privados del último te quiero susurrado. Veo al contagiado, febril y aterrado, preguntándose qué lista engrosará su número.
Puedo divisar a los soldados que tenemos en el frente. Herederos de los Tercios invencibles que sirvieron a una patria que primero les vitoreó y más tarde los olvidó. Sanitarios, tenderos, policías, militares, pescadores, agricultores, repartidores… Un ejército de paz que cada mañana ahoga sus miedos en el servicio a su comunidad.
También están presentes los abuelos, privados de sus nietos, y los niños herederos de una primavera robada, de un parque olvidado. Está presente la vecina que cose mascarillas y el alcalde que se lanza a trabajar a la residencia de mayores de su pueblo. Le sobran escrúpulos y le falta malicia. Entre lágrimas pide ayuda y entre dientes maldice a los gigantes contra los que pelea. A la sazón concluye que tampoco son molinos si no compañeros y adversarios políticos. Aquellos que no detienen su escalada ni ante un muro de muertos.
Levantan la mano también el autónomo asediado, el trabajador parado y el empresario que aún aguanta a pulmón antes de resignarse a pedir clemencia en forma de ERTE.
Y en una esquina están también esos. Los políticos mediocres que de todo hablan y de nada saben (zapatero a tus zapatos). El especulador del dolor, negocio al alza, el empresario ruín o el futbolista de careta solidaria. Y por ahí queda el anónimo que aún no se quiere enterar, el que nos pone en peligro en cada furtiva escapada y puja fuerte por el premio de mentecato del año.
Es paradójico que cuanto más confinados estamos mejor se nos ve a cada uno. Cuando esto pase tendremos todos que mirarnos a la cara, rendirnos cuentas y colocar a cada quien donde debe estar. Será el momento de preguntarnos quién es necesario y quién es contigente. Entretanto amanece cada día (para algunos) y ya no sé si es mucho o poco.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra