Cómo no ser feliz
Me preguntan a menudo en consulta cómo ser feliz. A continuación la respuesta inversa
En los últimos tiempos este motivo de consulta está siendo cada vez más frecuente: “Doctor, estoy mal. ¿Cómo puedo ser feliz?” Responder semejante pregunta siempre resulta complicado. Uno, que es psiquiatra, no asesor espiritual, tiende enseguida a enmarcar la demanda en el contexto de algún trastorno mental, depresivo tal vez. Pero la experiencia y los primeros minutos de conversación con estos pacientes han acabado convenciéndome de que la mayoría de personas que formulan esta pregunta no tienen ningún problema mental. Es posible que surja algún síntoma pero sufrir ansiedad, irritabilidad o bajones anímicos no constituye siempre un trastorno sino que debemos interpretarlos más bien como un signo de alarma.
La búsqueda de la felicidad ha ocupado siglos de pensamiento filosófico y tantas fórmulas de conseguirla como seres humanos habitan este planeta. Así que, simplificando y centrándonos en el título de la columna pasamos a comentar tres actitudes que, de buen seguro, no nos van a conducir a la felicidad.
La primera es devanarnos demasiado los sesos averiguando primero qué es la felicidad. Esta trasciende lo emocional e incluso lo existencial situándose en una dimensión cuasi trascendental, en mi opinión. Siendo prácticos aconsejaría trabajarla día a día aunque no sepamos exactamente qué es. Una suerte de piedra filosofal si me aceptan el símil simbólico.
Mi segunda recomendación para no ser feliz es empeñarse en ser resilientes. Es la resiliencia un concepto tan de moda que me parece que está a punto de morir de éxito. Nos bombardean instándonos a aprender de los problemas, a convertir todas las crisis en oportunidades. Ni caso, oigan. A veces sufrir es sólo sufrir. Ajo y agua. Y cuando pase continuar como se pueda.
La tercera recomendación para persistir en la no felicidad es la procrastinación. Dejar para otro momento aquellas cosas que nos reportan bienestar es un mal común. Escucho decir a menudo que ya sacaremos tiempo para estar más con la familia o dedicarlo a nosotros mismos. Comprobar que nunca llega ese día es letal.Es la felicidad el auténtico Santo Grial de nuestros tiempos. Tal vez la crisis nos devore el bolsillo o el jefe agote nuestra paciencia pero nuestra paz interior quedará intacta si la hemos sabido cuidar. No tengo la clave para encontrar la felicidad, claro, pero señalando la senda errónea igual resulta más sencillo encontrar el buen camino.
Publicado en Diario de Almeria el 21/06/22
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Corre, date prisa.
A sabiendas de lo perjudicial que resulta hemos permitido que la prisa se apodere de nuestras vidas ¿Cuál es la razón?
No importa a qué te dediques; trasciende, asimismo, la edad y el género. Como si de un mantra general se tratase todos coreamos varias veces al día lo mismo: “¡vamos, que llegamos tarde!” Nos pasamos el día corriendo, intentando cumplir con una agenda que, lejos de ayudarnos a gestionar mejor la jornada, nos esclaviza tiránicamente.
Existe una poderosa razón por la que hemos permitido que la prisa se adueñe de nuestro tiempo. Podríamos señalar a “la sociedad”, ese ente que construimos entre todos pero del que nadie se responsabiliza, como la culpable de semejante estilo de vida. Pero habría que preguntarse por qué dejamos que esto ocurra.
Pensemos por un momento en los centros monásticos de cualquier confesión esparcidos por todas partes del mundo y que se dedican a la vida contemplativa. Justo el opuesto de nuestra ajetreada existencia. Bien, en esos lugares donde el tiempo se vive reposada y rutinariamente se propicia la reflexión personal y el auténtico crecimiento espiritual. Es en ese estado donde permitimos “que las cosas se acerquen a nosotros”, que decía Nietzsche. Pero claro, la introspección y el autoconocimiento es un camino amargo y angustiante en ocasiones. Nosotros hemos preferido drogarnos con la prisa, embarcarnos en un sinfín de actividades, dudosamente necesarias en realidad, para no pensar. Estando en permanente movimiento ahuyentamos la posibilidad de que “se nos acerquen las cosas”, de que sobre algún minuto con el que podamos angustiarnos.
Cuanto más corremos, en definitiva, más huímos de nosotros mismos. Así, resulta fácil identificarnos con el conejo de Alicia en el País de la Maravillas, que saltaba alocado de un lado a otro sufriendo porque llegaba tarde a ninguna parte. Y fijaos que, si a lo largo del día queda un hueco de reposo, habitualmente la noche, nos lanzamos a empuñar el mando de la tele y ver la serie que erradicará cualquier posibilidad de fijar nuestra atención en nosotros mismos. Luego unas pocas horas de sueño, no sea que perdamos mucho tiempo y por la mañana vuelta a la prisa.
Particularmente nefasto resulta cuando transferimos a nuestros hijos esa forma de vida. Llegamos tarde al cole, a la guarde, al inglés y a todas las actividades imaginables. Les añadimos gradualmente sus dosis de pantalla, según la edad y listo. En unos años tendremos a un joven perfectamente incapaz de Ser porque le embargará la prisa por Hacer.
Publicado en Diario de Almería el 13/06/22
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Salud Mental en los tiempos que corren
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El sentido del sufrimiento (II)
Existen ciertas claves que nos permitirán trascender el sufrimiento y dotarlo de sentido.
“El paciente sólo se desespera cuando ya no encuentra ningún sentido en medio de su dolencia”. Así conceptualizaba Frankl el abismo de una angustia sin elaborar. Nietzsche, otro gran exaltador del dolor como herramienta de desarrollo personal, afirmaba que el hombre soportaba casi todo si encontraba un buen motivo para ello.
De manera didáctica, atendiendo a criterios filosófico existenciales, podríamos dividir al ser humano en tres estratos o dimensiones: el biológico, el psicológico y el espiritual. En cada uno de ellos actúa una instancia: organismo, yo y persona respectivamente. El sufrimiento golpea, en primera instancia, al organismo y al yo. Sentimos cómo nuestro cuerpo se resiente traduciéndose en síntomas como ansiedad, insomnio o falta de apetito. Igualmente vemos cómo nuestra psique se ve sometida a una elevada tensión. Negamos que tal cosa nos esté sucediendo, lo vivimos “como una película” o incluso nos rebelamos con un mecanismo un tanto retorcido que sólo aporta dolor adicional: “¿por qué me está sucediendo esto a mí?”. Mientras manejemos el sufrimiento en esos dos niveles poco podremos avanzar o resolver. Aún queda lejos dotarlo de un sentido que nos permita aceptar con serenidad y crecer.
Si la vivencia de sufrimiento penetra hacia el estrato más profundo es cuando el hombre, en su vertiente metafísica o religiosa podrá ejecutar la gran transformación. El sufrimiento convertido en un valor supremo, piedra angular del salto trascendente a un nivel espiritual donde ser más dueños de nosotros mismos. Si se fijan, resulta algo parecido al viejo sueño alquímico que perseguía transformar el plomo en oro. ¿Sería aquello una metáfora de lo que hoy planteamos?
Existen ciertos valores que pueden sernos de utilidad en nuestra íntima búsqueda del sentido. Comenzaría señalando a la dignidad como uno de los más importantes. Podemos llegar a estar despojados de todo pero conservar una dignidad que nos mantenga firmes. Algo parecido sucede con la libertad interior, que resulta indestructible si la hemos cimentado bien. Y caben señalar también, como ingredientes esenciales de nuestra búsqueda, la autonomía, la responsabilidad y la independencia de la persona respecto a su mundo y su destino.Así nos encontramos ante ciertas claves que permitirían, íntimamente, resolver la gran ecuación existencial: el sentido es igual al sufrimiento vivido con una correcta actitud.
Publicado en Diario de Almería el 19/10/21
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