
El síndrome del quemado afecta a profesiones claves para el estado de bienestar.
Sería en torno a los años 90 cuando en España empezó a escucharse la palabra “yuppie”. Pronto lo asociamos al estresante estilo de vida que llevaban los ejecutivos americanos. Las películas nos dejaron el modelo de un tipo, habitualmente joven, que se dejaba la piel en el trabajo, andaba todo el día corriendo de aquí para allá y en muchas ocasiones, acababa harto y desmotivado de un empleo que, inicialmente, le apasionaba. Pensábamos que eso sucedía muy lejos de aquí y se circunscribía a aquellos que trabajaban para grandes multinacionales.
Pero, con el tiempo, otro término ha ido calando en el acervo popular e incluso nuestras clasificaciones diagnósticas. El síndrome del quemado o “burn out” ha ido haciéndose hueco para terminar siendo una realidad que, obviamente, ya existía pero que ahora conocemos mejor. Descrito por Herbert Freudenberger en trabajadoras sociales que atendían casos del Bronx, Nueva York, nos referimos a un síndrome donde predomina un cortejo sintomático que va desde el agotamiento y el desinterés por la actividad ejercida hasta manifestaciones somáticas como cefaleas e insomnio. En muchas ocasiones supone la antesala de trastornos mentales potencialmente graves como la ansiedad o la depresión.
Predomina en profesiones que requieren un contacto directo y sostenido con el cliente, paciente o alumno. Pero esto, por sí solo no es suficiente, claro. La empresa o el sistema se caracteriza por imponer sistemas laborales poco participativos, con gran carga de trabajo, tensión en el mismo y dificultades para encontrar apoyos entre compañeros y responsables. Una vez mezclado este cóctel surge el descontento crónico, la sensación de que tu trabajo no sirve para nada y el desencanto con un proyecto al que te sentías vinculado. Y resulta particularmente curioso que los profesionales que sufren este síndrome son, en su mayoría, gente que eligieron su oficio de manera vocacional.
Me preocupan dos colectivos particulares ya que representan pilares básicos de nuestro estado del bienestar. Docentes y sanitarios presentan altas tasas de “burn out” sin que los sistemas que los estructuran sepan muy bien cómo afrontar aún la situación. La pandemia y los condicionales derivados de la misma han podido precipitar el hastío pero los ingredientes para que se produjera llevan lustros asentados. El mensaje para las administraciones es claro: sin ilusión no hay compromiso.
Publicado en Diario de Almería el 02/02/22