Salud Mental en los tiempos que corren
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El más burro de todos.
Mucha gente se esfuerza en parecer un elegante caballo pero el verdadero secreto lo esconde su primo pobre.
Hace unos días, en una excursión familiar, visitamos un refugio donde recogían burros que habían sido maltratados. Había también caballos y algunos otros animales de granja pero el protagonista principal era el burro.
Mi desconocimiento sobre este animal era casi total pero aquella mañana, como siempre que uno se muestra dispuesto a ello, aprendí cosas interesantes y surgió alguna reflexión curiosa.
Si se fijan, muchas de las estatuas de conquistadores y otros capitostes que han pasado a la historia se representan a lomos de un caballo. Pero el burro, ese bicho tranquilo, paciente y noble no ha merecido apenas reconocimiento. Sin embargo se ha usado, durante siglos, para tareas vitales para la humanidad. Portar agua, hacer girar una noria o sacar vagones cargados de mineral desde las entrañas de la tierra han sido algunas de sus tareas habituales. Pero dentro de sus funciones hay una que destaca por curiosa: han ejercido de ingenieros de caminos (discúlpenme estos) desde tiempos de los romanos. Cuando el trazado de una calzada o una vía férrea en construcción se atascaba llamaban al más burro de todos. Imaginen la situación: los talentos del momento se devanaban los sesos calibrando por dónde continuar la obra mientras contemplaban abrumados la cadena montañosa que tenían ante sí. Las mediciones resultaban confusas, los cálculos poco aproximados. Pero entonces llegaba el burro salvador y con paso humilde pero firme describía la mejor ruta posible para salvar el obstáculo. No había más que hablar, por ahí continuaba el tajo.
Todo esto me hace pensar en la cantidad de personas que se dejan la piel por ser elegantes caballos cuando estos, dicho por mi amigo Becerra, experto en la materia, tienen mucha planta pero son bastante tontos. El burro, en cambio, resulta discreto, tranquilo e inteligente pero ha terminado siendo objeto de chanzas al punto de que en nuestro vocabulario es sinónimo de analfabeto.
Debe ser que la cuarentena, no la del COVID sino la de los cuarenta tacos, me ha reseteado las meninges. Les confieso, así, que yo quiero ser más burro cada día. Sin estatuas y sin más reconocimiento que el del buen amo que valora el esfuerzo de su animal. Seguro, tranquilo y constante. Y todo ello con la capacidad de transportar su carga, la que le corresponda, con un admirable sentido del deber.No en vano reza el refranero canario que “burro cargado siempre encuentra camino”.
Publicado en Diario de Almería el 05/07/2022
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Cómo no ser feliz
Me preguntan a menudo en consulta cómo ser feliz. A continuación la respuesta inversa
En los últimos tiempos este motivo de consulta está siendo cada vez más frecuente: “Doctor, estoy mal. ¿Cómo puedo ser feliz?” Responder semejante pregunta siempre resulta complicado. Uno, que es psiquiatra, no asesor espiritual, tiende enseguida a enmarcar la demanda en el contexto de algún trastorno mental, depresivo tal vez. Pero la experiencia y los primeros minutos de conversación con estos pacientes han acabado convenciéndome de que la mayoría de personas que formulan esta pregunta no tienen ningún problema mental. Es posible que surja algún síntoma pero sufrir ansiedad, irritabilidad o bajones anímicos no constituye siempre un trastorno sino que debemos interpretarlos más bien como un signo de alarma.
La búsqueda de la felicidad ha ocupado siglos de pensamiento filosófico y tantas fórmulas de conseguirla como seres humanos habitan este planeta. Así que, simplificando y centrándonos en el título de la columna pasamos a comentar tres actitudes que, de buen seguro, no nos van a conducir a la felicidad.
La primera es devanarnos demasiado los sesos averiguando primero qué es la felicidad. Esta trasciende lo emocional e incluso lo existencial situándose en una dimensión cuasi trascendental, en mi opinión. Siendo prácticos aconsejaría trabajarla día a día aunque no sepamos exactamente qué es. Una suerte de piedra filosofal si me aceptan el símil simbólico.
Mi segunda recomendación para no ser feliz es empeñarse en ser resilientes. Es la resiliencia un concepto tan de moda que me parece que está a punto de morir de éxito. Nos bombardean instándonos a aprender de los problemas, a convertir todas las crisis en oportunidades. Ni caso, oigan. A veces sufrir es sólo sufrir. Ajo y agua. Y cuando pase continuar como se pueda.
La tercera recomendación para persistir en la no felicidad es la procrastinación. Dejar para otro momento aquellas cosas que nos reportan bienestar es un mal común. Escucho decir a menudo que ya sacaremos tiempo para estar más con la familia o dedicarlo a nosotros mismos. Comprobar que nunca llega ese día es letal.Es la felicidad el auténtico Santo Grial de nuestros tiempos. Tal vez la crisis nos devore el bolsillo o el jefe agote nuestra paciencia pero nuestra paz interior quedará intacta si la hemos sabido cuidar. No tengo la clave para encontrar la felicidad, claro, pero señalando la senda errónea igual resulta más sencillo encontrar el buen camino.
Publicado en Diario de Almeria el 21/06/22
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Corre, date prisa.
A sabiendas de lo perjudicial que resulta hemos permitido que la prisa se apodere de nuestras vidas ¿Cuál es la razón?
No importa a qué te dediques; trasciende, asimismo, la edad y el género. Como si de un mantra general se tratase todos coreamos varias veces al día lo mismo: “¡vamos, que llegamos tarde!” Nos pasamos el día corriendo, intentando cumplir con una agenda que, lejos de ayudarnos a gestionar mejor la jornada, nos esclaviza tiránicamente.
Existe una poderosa razón por la que hemos permitido que la prisa se adueñe de nuestro tiempo. Podríamos señalar a “la sociedad”, ese ente que construimos entre todos pero del que nadie se responsabiliza, como la culpable de semejante estilo de vida. Pero habría que preguntarse por qué dejamos que esto ocurra.
Pensemos por un momento en los centros monásticos de cualquier confesión esparcidos por todas partes del mundo y que se dedican a la vida contemplativa. Justo el opuesto de nuestra ajetreada existencia. Bien, en esos lugares donde el tiempo se vive reposada y rutinariamente se propicia la reflexión personal y el auténtico crecimiento espiritual. Es en ese estado donde permitimos “que las cosas se acerquen a nosotros”, que decía Nietzsche. Pero claro, la introspección y el autoconocimiento es un camino amargo y angustiante en ocasiones. Nosotros hemos preferido drogarnos con la prisa, embarcarnos en un sinfín de actividades, dudosamente necesarias en realidad, para no pensar. Estando en permanente movimiento ahuyentamos la posibilidad de que “se nos acerquen las cosas”, de que sobre algún minuto con el que podamos angustiarnos.
Cuanto más corremos, en definitiva, más huímos de nosotros mismos. Así, resulta fácil identificarnos con el conejo de Alicia en el País de la Maravillas, que saltaba alocado de un lado a otro sufriendo porque llegaba tarde a ninguna parte. Y fijaos que, si a lo largo del día queda un hueco de reposo, habitualmente la noche, nos lanzamos a empuñar el mando de la tele y ver la serie que erradicará cualquier posibilidad de fijar nuestra atención en nosotros mismos. Luego unas pocas horas de sueño, no sea que perdamos mucho tiempo y por la mañana vuelta a la prisa.
Particularmente nefasto resulta cuando transferimos a nuestros hijos esa forma de vida. Llegamos tarde al cole, a la guarde, al inglés y a todas las actividades imaginables. Les añadimos gradualmente sus dosis de pantalla, según la edad y listo. En unos años tendremos a un joven perfectamente incapaz de Ser porque le embargará la prisa por Hacer.
Publicado en Diario de Almería el 13/06/22
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