Efímeras perseidas
Vivimos rumiando historias viejas y aguardando días mejores pero sin la capacidad de ser dueños de nuestro ahora.
Deberíamos aprovechar estas noches, si no lo hemos hecho ya, para disfrutar de un fenómeno interesante. Las perseidas, o lágrimas de San Lorenzo, se citan anualmente con la humanidad no sólo para abrumarnos con los enigmas del cosmos si no para recordarnos lo breve que se muestra nuestra existencia. Las estrellas fugaces interpretan en el cielo nuestro vodevil existencial en la tierra; ese momento que se va para no regresar.
“Parece mentira que haya pasado tanto tiempo, ¡pero si lo recuerdo como si fuera ayer!” Es seguro que esta frase les suena. Un mal que afecta a la salud mental occidental es la incapacidad de detenernos, disfrutar e interiorizar lo efímero. El vertiginoso ritmo al que nos somete la vorágine diaria hace que vivamos ansiando el momento venidero dejando escapar un presente que en breve será polvo y recuerdo. Es frecuente observar en las consultas la ansiedad anticipatoria, producto de un exceso de preocupación por el futuro. O bien la melancolía, una suerte de regodeo en nuestras reminiscencias pretéritas. Sin embargo es del todo inusual que alguien pida ayuda por sentir que el momento se le escapa entre los dedos. El instante pareciera importar tan poco que ni causa patología.
Detenernos en lo único verdaderamente real, nuestro aquí y ahora, debería ser una prescripción terapéutica generalizada, una asignatura obligatoria y un hobby mayoritario. Intentamos poner a la tecnología de nuestra parte, haciendo fotos y vídeos que congelan el recuerdo. Pero observen que cuanto más tiempo transcurre más ajenos nos resultan tanto nuestra propia apariencia como la forma de conducirnos en esos tiempos.
Porque al final andamos rumiando historias viejas y aguardando días mejores pero carecemos de la capacidad de ser dueños de nuestro presente.
Sería un bonito homenaje a nuestras vidas escoger esta noche un lugar apartado, tumbarnos a contemplar el firmamento y acariciar, durante menos de un segundo, algunas de esas lágrimas que caen para inmediatamente desaparecer. Una mota de polvo que es, brilla un instante efímero y deja de ser. ¿Les suena? De todas formas también les diré que este asunto, como todos, tampoco ha de convertirse en una obsesión. A la postre hasta el propio San Lorenzo, mientras los romanos lo martirizaban asándolo en una parrilla gigante, se permitió entre lágrima y lágrima un poco de guasa: “Denme la vuelta que por este lado ya estoy hecho”.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra
Fernando Collado Rueda
Publicado en Diario de Almería el 11/08/2020
- Publicado en Artículos en prensa, General
Pena ahora o sufre para siempre
“Ayer lloraba el que hoy ríe y hoy llora el que ayer rió”. Esta cita de Cervantes, incompleta por otra parte, fue todo cuanto recibió por respuesta. La mujer miraba la pantalla, con la esperanza de que un siguiente mensaje despejase las brumas de la duda y la pena. No fue así, el teléfono permaneció mudo, impasible ante la angustia de quien lo sostenía. Pasados unos minutos cerró los ojos.
Trató de recordar cómo era reír, cómo se disfrutaba la felicidad y la calma. No lo consiguió. La tristeza inundaba todos los rincones y nada parecía presagiar que eso cambiara pronto. Pero no se resignó y siguió pensando. Después dejó de pensar y comenzó a sentir. Lo primero que percibió fue una gran melancolía, esa que te atrapa y te asfixia, la que viene sin avisar, murmurando por lo bajo y apretando fuerte. Tras unos minutos de zozobra logró sentir algo más. Se le hizo presente cómo esa pena siempre acababa pasando, siempre se terminaba elaborando y convirtiendo en un recuerdo apagado. Uno que se guarda en una alhacena oscura y algo húmeda. También pudo advertir que, a veces, la melancolía era una compañera necesaria, la vía directa para aprender una lección necesaria o expiar un error crucial.
Progresivamente fue creciendo otra sensación. Sintió que la tristeza se convertía a veces en un partenaire ocasional. Como cuando, durante unos días, compartes experiencias intensas con quien era un desconocido que finalmente se acaba marchando. Paradójicamente el no tener todo el control sobre sus idas y venidas le proporcionó cierta satisfacción. A resultas pareciera que la pena marcaba su propio rumbo a tenor de un compás tan profundo que no siempre alcanzamos a alumbrar. Visto así sólo cabía esperar, mecerse en ella y probar a escribir el verso más “rante y canero” que decía Gardel. Le pareció que eso era también válido para los de fuera. Esos que nos quieren y sufren de vernos afligidos. La mujer creyó que sólo debían estar, acompañar y contener la angustia que emerge cuando un ser querido muestra pesadumbre. Serenidad, se dijo, para sí misma y los demás.
De pronto recordó cómo continuaba la cita. “Las tristezas no se hicieron para las bestias sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado se vuelven bestias. Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón.” Tentada estuvo de devolverla escrita en su móvil más finalmente la susurró, abrió los ojos se marchó.
Fernando Collado Rueda (Psiquiatra)
Publicado en Diario de Almería el 23/06/2020
- Publicado en Artículos en prensa, General