“Estoy depre”, “esto es una locura”, “parece bipolar… “ Expresiones como estas resultan frecuentes en nuestro lenguaje cotidiano. Convivimos con la salud mental de manera más estrecha de lo que podríamos llegar a considerar. La estadística, además, resulta contundente: uno de cada cuatro personas sufriremos, a lo largo de nuestra vida, un problema de salud mental.
Haciendo una clasificación muy genérica de las enfermedades mentales estas se engloban en:
Trastorno mental común:
Los trastornos adaptativos, la depresión y la ansiedad copan los primeros puestos en nuestras consultas. No por clasificarse dentro del trastorno común resultan menos dolorosos para el paciente y su entorno. Estas patologías limitan la vida de quienes lo padecen (y sus familiares) precisando de una intervención y asistencia personalizadas para su abordaje.
El trastorno obsesivo compulsivo es otra patología extremadamente prevalente. Su intensidad oscila en un gradiente muy amplio abarcando desde pequeños rituales de comprobación hasta auténticos bloqueos del pensamiento que imposibilitan una vida satisfactoria.
El insomnio es también causa frecuente de consultas con el psiquiatra. Lo podemos dividir en un insomnio de conciliación (dificultad para iniciar en sueño), un insomnio de mantenimiento (sueño con despertares) o mixto.
Los trastornos de personalidad basculan entre el llamado trastorno mental común y el grave. De todos ellos el más prevalente es el llamado trastorno límite de la personalidad caracterizado por una sensación de vacío interior, fluctuaciones del estado de ánimo muy frecuentes y conductas de riesgo que llegan, en ocasiones, a atentar contra la propia vida.
Trastorno mental grave:
El trastorno mental grave podría ser dividido, a su vez, en dos grandes subgrupos: los cuadros psicóticos y los afectivos.
Dentro de las llamadas psicosis encontramos, en esencia, la esquizofrenia y los trastornos delirantes. Su característica común es una interpretación del entorno extremadamente alejado de la realidad siendo además irreductible al razonamiento lógico. Existen un subtipo de psicosis llamadas episódicas donde la distorsión de la realidad cursa de modo transitorio pudiendo identificar algunos factores desencadenantes como el consumo de tóxicos o situaciones estresantes.
En los cuadros afectivos como el trastorno bipolar o el esquizoafectivo los estados de depresivos o maníacos protagonizan el ánimo de quien lo padece durante semanas o incluso meses.
Resulta vital comentar el suicidio y sus tentativas como un problema mental de proporciones públicas. En nuestro país fallecen por esta causa, al día, diez personas. La prevención del suicidio y el abordaje de los intentos autolíticos son un objetivo principal de los profesionales de la salud mental.
Esta somera clasificación no puede dejar de mencionar un problema de salud importante que afecta a miles de personas y cuyo abordaje aún supone un reto para los profesionales de distintos campos de la salud. La fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica precisan de una asistencia integral para comprender la etiología y tratar las consecuencias físicas y psicológicas de estos cuadros.
En la actualidad ningún profesional mínimamente actualizado duda de la necesidad de atender todas las áreas que influyen en la génesis y evolución de un problema de salud mental. Nos estamos refiriendo a la dimensión biológica, la psicológica y la social.
La parte biológica alude a la carga genética, el consumo de tóxicos y en definitiva el funcionamiento fisiológico de nuestro cerebro y sistema nervioso. La parte psicológica comprende, en esencia, la forma de ser y estar en el mundo, lo que determina cómo afrontamos las diferentes vicisitudes que nos depara el hecho de existir. La dimensión social atañe al marco donde el individuo desarrolla su día a día, esto es la familia, los amigos, el centro de estudios, su lugar de trabajo, etc. Un desarrollo sano debe tener estos tres aspectos adecuadamente equilibrados y es frecuente ver como la aparición de un trastorno mental encuentra un terreno bien abonado cuando uno o más de estas dimensiones se encuentran afectadas.
Un buen terapeuta valorará todos estos aspectos para poder tener una comprensión global de la problemática que afronta su paciente y así poder instaurar el tratamiento adecuado. Hablar de tratamiento no es solo prescribir un fármaco, obviamente. La intervención terapéutica debe llegar mucho más allá e incluir los aspectos antes mencionados. Los terapeutas deberemos considerar si también resulta pertinente una psicoterapia e incluso atender el contexto social de nuestro paciente y encontrar juntos el modo de mejorarlo.
Desde un punto de vista histórico no cabe duda de que hemos mejorado la asistencia que los psiquiatras damos a nuestros pacientes. Sin embargo no debemos cejar en nuestro empeño de seguir avanzando. La comprensión de las patologías que atendemos, el manejo de las dimensiones que influyen en el trastorno mental y la instauración de una terapia adecuada (en el amplio sentido del término) nos deben conducir al empoderamiento de nuestros pacientes, a la asunción del protagonismo que cada uno de nosotros tiene en su propia evolución, a la esperanza de que siempre podemos mejorar y esto es, en definitiva, la Recuperación.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra