
Era una noche sin luna. Yo paseaba por los alrededores del hospital al tiempo que tú recorrías los caminos del coma. Me arrancó de mis pensamientos el repiqueteo de un insecto. Atraída por la luz de la ventana una polilla se afanaba en entrar en una habitación.
Aquella escena me hizo recodar cómo te conocí. Confluimos cuando, como aquel bichito, nos encontramos llamando a una puerta tras la cuál esperábamos hallar Luz. No alcanzaba aún a imaginar que aquel encuentro nos uniría por siempre con el hermoso lazo de la fraternidad. Allí, trascendiendo el tiempo y el espacio, te convertiste en mi hermano, en mi Gemelico. Recorrimos juntos una senda mágica, que sólo se puede sentir y apenas describir.
Desde entonces hiciste conmigo lo que mejor sabías. Me cuidaste, me orientaste y me templaste. Sin señalar ningún camino fuiste siempre capaz de transmitir qué era lo correcto en cada momento.
Sólo te vi atribulado en una ocasión. Aún esbozo una sonrisa maliciosa cuando recuerdo tu rostro escuchando mi proposición: “Nos gustaría que oficies la ceremonia de nuestra boda”. Guardo, celoso, los ratos que compartimos preparándolo todo. Atesoro el rito más bonito que jamás he vivido. Nos hiciste vibrar a todos. Serás siempre parte de mi historia y la de mi familia.
No siempre vivimos tiempos de alegrías y algaraza, claro. Nos alcanzaron los vientos de una época oscura, cargada de odio y sinrazón. Pero también supiste gobernar bajo aquella tormenta. Recogiste a muchos náufragos y a tu manera, como un inglés del mismo Jaén, nos devolviste la esperanza y un nuevo rumbo.
Una mano distraída abrió la ventana para dejar entrar la brisa de la noche. La polilla no desaprovechó la ocasión. Buscó la luz aunque eso supusiera su final.
Tal vez resulte esa una alegoría de nuestra existencia. Buscamos luz para acabar fusionados a ella. En ese momento aportamos, además, nuestro propio brillo, haciendo que todo alumbre un poco más. Tu brillo, querido Gemelico, ha ilusionado a muchos y tal vez cegado a unos pocos.
Generosamente compartiste conmigo algunos de tus últimos pasos en este mundo. Afrontaste el trance serena y estoicamente. Amaste más a los que te querían y perdonaste todo a los que te dañaron. “Sin rencores”, susurraste. Recuerdo la última sonrisa que me dedicaste. Con una igual te buscaré allí donde nace el sol. “Cuídate”, me dijiste, “tú también” te respondí.