
QUEJAS DE BANDONEÓN
Shhhh, tened cuidado, ¡están por todas partes! Y qué guerra dan, oiga. Los (y las) quejicas nos rodean, aguardando cualquier oportunidad para transmitirnos su constante insatisfacción. Los tenemos en el trabajo, en la cola del autobús, en el vecindario y, lamentablemente, también en nuestras familias.
Los hay, esencialmente, de tres tipos. Los primeros corresponden al quejica existencial. Estos siempre acarrean con una amargura propia que proyectan a la menor ocasión. Watzlawick los retrataba con este ejemplo: “una señora regaló a su hijo dos camisas, este corrió ilusionado a probarse la primera. Al verlo la señora exclamó: oh, te has puesto la verde, eso es que la roja te parece horrible, qué mala idea he tenido al hacerte este regalo”. Son, como veis, especialistas en atraparte y hacerte sentir mal, hagas lo que hagas
En segundo lugar están los llamados quejicas furibundos. Estos mantienen un nivel de descontento contenido pero constante. Los reconoces porque cuando hablas con ellos te percibes cuidadoso de no mencionar nada que pueda malinterpretarse y desencadenar un acceso de furia. Pero es en los peores momentos cuando desatan su ciclón de lamentaciones. Serían aquellos que, en una isla desierta, después de haber naufragado, gritarán la maltrecha balsa que has construido, la tormenta que se avecina y anunciará el tiburón que, aún sin verlo, está seguro os despedazará de un momento a otro.
Finalmente están los quejicas sindicales, que no sindicalistas (aunque en ocasiones sí son los mismos). Estos se conducen hiperventilados de derechos y anóxicos de obligaciones. Tergiversan toda intención con argumentos contradictorios y torticeros hasta convencerse de que son los auténticos iluminados. Intoxican y dividen. Parasitan un sistema que boicotean y critican duramente a la par que se benefician de todas sus bondades. Y un rasgo común es que jamás muestran agradecimiento público ni reconocen méritos ajenos en contraposición a la facilidad con la que airean su disconformidad perpetua.
Tanto si estas líneas han evocado a alguien de tu entorno como si tú mismo te has visto reflejado en esta tríada sólo añadiré una cosa: aléjate. Huye de esos maestros de la amargura o aléjate del mundo si tú mismo te has especializado en el arte de cansar a tus semejantes. Hugo Ojetti, escritor italiano, no pudo ser más certero en su pronóstico: La queja es el pasatiempo de los incapaces.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra
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EL VALOR DE LA NADA
Michael Ende describía la Nada como un vacío que iba engullendo la luz y la vida conforme se abría paso por el reino de Fantasía. En La Historia Interminable la Nada servía de alegoría del caos y la destrucción que en ciertos momentos se asocian a la historia del mundo y del ser humano.
Sin embargo podemos apreciar que la Nada puede ser también un concepto positivo. Visitar al médico y que concluya que “no tenemos nada” resulta altamente satisfactorio. Cuando después de un desaguisado alguien pronuncia “aquí no ha pasado nada” uno se quita un gran peso de encima.
En psiquiatría la nada puede albergar un gran significado. Algunas depresiones graves cursan con un delirio nihilista (del latín nihil) en el que paciente puede llegar a creer que sus órganos no funcionan o sencillamente el sujeto cree que está muerto. Otros pacientes deliran con la antítesis de la nada, de modo que todo guarda relación con ellos y ninguna de las circunstancias que acontecen en sus vidas son casuales.
Así pues me pregunto ¿cuál el es el mecanismo mental que nos lleva a discernir entre una nada oscura de una liberadora? ¿Dónde se esconde nuestra capacidad para relacionarnos sana o perjudicialmente con la nada? Heidegger creía que este concepto ahonda hasta lo más profundo de nuestro Ser y constituía la clave de un desarrollo ontológico adecuado.
Vivimos llenando la Nada contra la que luchaba Atreyu, morimos peleando por dejar una estela trascienda nuestra ulterior inexistencia; intentamos que algo de nosotros permanezca cuando nada nuestro exista. La Nada nos acompaña desde el momento de nuestro alumbramiento hasta nuestra muerte sirviendo de espejo de la dualidad del Hombre. Navegamos por la Nada, batallando contra ella, gozando de ella sin llegar a mirarla de cara nunca y sin lograr jamás comprenderla.
No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Con estos versos se aproximaba Pessoa al misterio del Ser. El mismo Ser y la misma Nada que Sartre encriptó en su primera obra. Esa Nada a la que solo el silencio y la meditación profunda permiten aproximarse someramente
Estas letras volarán hacia el vacío, puede que esta invitación caiga pronto en saco roto, esta columna mañana será olvidada. Hoy te reto a mirar hacia otro sitio, te empujo a reflexionar sobre otro lugar. Aunque bien pensado tanto da si aceptas como si no porque a resultas nada es como parece y al final tampoco pasa nada.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra
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EL PERDÓN DE EDMON DÀNTES
Hay ocasiones en las disfruto imaginando cómo quedarían ciertas historias si intercambiásemos personajes o moviéramos de lugar algunos momentos de la trama. Confieso que tengo particular predilección por la novela de “El Conde de Montecristo”. Me pregunto cómo sería si Dumas hubiese escogido comenzar su obra por el perdón en lugar de la venganza. Ese libro hubiera resultado considerablemente más soso, lo reconozco, pero creo que el pobre Edmond Dantès se hubiera ahorrado mucho sufrimiento.
Si nos tropezamos con alguien o cometemos algún error menor solemos pedir disculpas. Las disculpas, resultan casi automáticas. Cuando la ofensa adquiere un grado intermedio debemos pasar a un siguiente nivel; parece aquí apropiado decir que lo sentimos. No todos, claro. Este segundo escalón de reparación exige ya cierta dosis de madurez y humildad. Finalmente, cuando el daño causado es grave todos entendemos que, si hay arrepentimiento sincero, ya solo cabe pedir perdón.
Los niños, siempre tan auténticos, suelen acudir directamente al tercer nivel. Piden perdón puesto que toda ofensa es vivida (por ambas partes) con gran intensidad y ahí toca siempre acogerse a la indulgencia absolutoria.
El acto de perdonar implica liberar. Es una suerte de pesada cadena que se rompe armónicamente por sus eslabones más fuertes: el de aquellos que están a uno y otro lado de una línea injuriosa.
La Comisión para la Verdad y la Reconciliación se inició en Sudáfrica para confrontar a los ofensores y a las víctimas del apartheid. Tantos años de infamia y desigualdades sólo podían restañarse bajo un sistema de justicia restaurativa, un modelo donde el perdón sincero de unos y otros resultaba clave. Desde entonces el proyecto se ha visto replicado en diferentes conflictos internacionales, desde guerras civiles a escenarios de terrorismo. En algunos lugares la idea ha sido retorcida y pervertida (la especialidad del ser humano) pero ha sido exitoso en otros muchos permitiendo que victimarios y damnificados convivan en paz después de años trágicos.
Si Alejandro Dumas hubiese comenzado por el perdón Dantès tal vez hubiera llegado a nuestros días como el personaje de un bonito cuento infantil. Esos que son leídos por las noches para serenar cuerpos y formar conciencias, uno de esos cuya moraleja podría resumirse en: Dime cómo perdonas y te diré quién eres. Dime cómo pides perdón y te diré quién quieres ser.
Fernando Collado Rueda
Psiquiatra
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